La Iglesia y el mundo esperan algo de la juventud, esperan su propio rejuvenecimiento a través de nosotros, esperan nuestra reacción frente al cambio necesario del mundo.
Pero responder no es quedarse indiferente, ni aún hablar. Responder es actuar, es devolver la confianza y el amor que recibimos, con un gran esfuerzo por dar un paso adelante, es decir, por actuar buscando estar más cerca de la perfección del mundo.
Hay grandes conflictos entre las generaciones por la acelerada evolución del mundo Sin embargo, todos ahora miran hacia la juventud, ya que somos la generación del futuro. Todos miran, observan, reflexionan y les puede caber una duda: ¿Esta generación de jóvenes que van a ser los dirigentes del futuro, sabrá construir un mundo mejor o será solo una generación de mucha crítica y poca idea, una generación de mucha habladuría y poca acción? No permitamos el más lejano reflejo de esa duda. Actuemos encaminándonos hacia el ideal y, aunque éste nos haga resbalar múltiples veces, venzamos nuestras caídas con un nuevo empeño cada vez, con un gran esfuerzo, con nuestra voluntad, con una gran fe en ese ideal.
Hay que entusiasmarse y llenarse bien de ese entusiasmo, pero nunca ir tan lejos que olvidemos todo lo demás, que no veamos alrededor nuestro sino sólo el ideal. No se puede, ni se debe remar hacia un faro de luz sólo porque se quiere llegar a él mas pronto, si hay alrededor de uno hombres necesitados. El faro se aleja de nosotros cuando queremos llegar a él a toda costa.
Seamos sinceros, seamos leales, seamos comprometidos con lo que creemos y deseamos. Seamos lo que todos y nosotros mismos esperamos de la generación que transforme al mundo, y de este modo, cumpliremos con lo que se esperaba de nosotros. Y –lo que es más– nos realizaremos; SEREMOS VERDADERAS PERSONAS CRISTIANAS.
(tomado del diario publicado en diciembre de 1968)
domingo, 16 de marzo de 2008
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